Continuación de “Construir el presente, dibujar el futuro” (1)
“-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
(“Esperando a los bárbaros”. Kostantin Kavafis)
“El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda”
(“Esperando a los bárbaros”. John Maxwell Coetzee)
Los bárbaros de Kavafis y Coetzee no lo son tanto por su fiereza ni
por su tosquedad como por el significado original que les atribuyeron
los habitantes del decadente Imperio Romano de Occidente: la de
extranjeros o extraños a su sociedad.
Si trasladamos esa idea de bárbaros como extraños o ajenos y la
extendemos a la estructura social y política, en el declinante Sistema
Capitalista de Occidente no hay bárbaros que sean la solución para una
sociedad enferma. No existe el sujeto político con voluntad de destruir
el conjunto del edificio social, económico y político que, carcomido por
dentro, amenaza con sepultar a la sociedad en el derrumbe controlado de
sus salas más “dignas” –las que hasta hace muy poco tiempo albergaban
sucedáneos de justicia social, igualdad y solidaridad- por parte de los
globalistas del Nuevo Orden Mundial para lograr la más descomunal
concentración de la riqueza en el mínimo de manos que la humanidad haya
conocido.
En un mundo que agoniza, la ausencia de fuerzas que le den fin y que
abran paso a otra forma de sociedad más habitable es el más grave de sus
problemas porque supone la ausencia de salidas a la terrible
expectativa del retroceso colectivo a un nivel en el que las condiciones
de vida de la gran mayoría de la sociedad se degraden muy por debajo de
lo que comúnmente aceptamos como humanas.
La inmensa mayoría de quienes hoy formulan una crítica al capitalismo
lo hacen desde presupuestos económicos y políticos que no suponen una
ruptura con el mismo sino un intento de ajuste frente a lo que hoy
constituye la psicosis del sistema.
La inmensa mayoría de eso que culturalmente seguimos llamando por
inercia las izquierdas hoy no son anticapitalistas, ni aunque se
proclamen tal. Se conforman con declararse “antineoliberales”, declaran
no a Marx su profeta sino a Keynes su santón. Frente al carácter
incendiario de un capitalismo senil pero lo bastante poderoso para
convertir a los asalariados en esclavos al borde de la supervivencia,
las izquierdas optan por actuar como pudorosas guardesas y amas de llave
de un pacto social (2) que ha sido unilateralmente roto por el capital y
piden su reconstrucción (3), negándose a encabezar el llamamiento a una
revolución social. Renuncian a declararse liberadas del contrato social
al que se han mostrado sumisas durante tantos años del Estado del
Bienestar -edificado sobre la pobreza y extracción de la plusvalía al
Tercer Mundo- y a levantar un discurso de recuperación de su identidad
original que no podría ser otro que la lucha contra el capitalismo.
Son “izquierdas sistémicas” metabolizadas por el Estado del
Bienestar, hoy en proceso de voladura, y que corren el riesgo severo de
agonizar con su muerte.
Hoy las izquierdas se han convertido en el último bastión conservador
de un modo de vida, de unas relaciones sociales de producción, de un
tipo de Estado ya quebrados definitivamente por la vuelta al
decimonónico Estado liberal que vuelve a ser también Estado policía.
Los enemigos de la clase trabajadora han hecho girar tanto en unos
pocos años la tuerca de la opresión económica y social que ya es
imposible contar las vueltas de su rosca. Cada nuevo atentado contra las
conquistas sociales de los trabajadores entierra en el olvido los
anteriores retrocesos. Ante una situación tal, unas izquierdas que se
mantienen fijas en el mismo punto, sin aceptar que ya no gestionarán el
Estado social de la burguesía porque ésta le ha matado y que su crítica
periférica, culturalista, democratista y altermundista es inútil porque
no va a la raíz de la vieja/nueva realidad, se convierten,
inevitablemente, en derechas reaccionarias; si entendemos por
reaccionarias las ideas que pretenden restaurar un estado de cosas
anterior al presente. Cuando el enemigo de clase destruye aquello que
pactó a cambio de legitimación y paz social, la insumisión y la
destrucción de su “orden” social es la única opción progresista
legítima.
Pero ¿es cierto que las izquierdas se mantienen fijas en el mismo
punto? En esto, como en muchas otras cosas de la vida, es necesario
matizar.
Si rebuscamos en las corrientes social-liberales, herederas bastardas
de una socialdemocracia que, al menos desde los años sesenta del pasado
siglo, se había convertido en gestora del capitalismo, encontramos que
en sus principales corrientes ya sólo queda una retórica vacía de
contenido en la que es difícil de encontrar rastros de un discurso y de
un proyecto que tengan algo de social.
Tomemos el caso de los PPSS que han gobernado hasta hace poco tiempo
con la crisis capitalista azotando a las economías de sus países
(España, Grecia, Portugal, Gran Bretaña,...en ninguno de ellos están ya
en el gobierno, en un mapa europeo gobernado por conservadores y
liberales). Han puesto en práctica políticas de recortes sociales y del
gasto público y han sido fieles adaptadores de las recetas liberales,
aunque en algunos casos con un aterrizaje en las mismas más suave que
las derechas. Este matiz, como ya estamos empezando a comprobar los
españoles con el Gobierno Rajoy no es poco, en términos de dolor y
sacrificio humanos, pero no deja de ser frustrante que esto sea todo lo
que nos pueden ofrecer los ex socialdemócratas.
Cínicamente, en cuanto pierden el poder empiezan a hablarnos de la
necesidad de políticas expansivas y de inversión pública, de recuperar
“una defensa clara de las políticas socialdemócratas” (4), ¡cómo si no
la hubieran dejado de ser socialdemócratas muchos decenios antes de la
crisis capitalista! ¿Cuánto tiempo hace que desaparecieron de los
programas de la socialdemocracia el internacionalismo de clase, la
nacionalización de la banca, la socialización de los medios estratégicos
de producción y la participación de los trabajadores en las decisiones
de gestión de los mismos? Esa era la socialdemocracia original y no todo
el resto de basura impuesta en su nombre. El nombre socialista en esos
partidos es hoy un sarcasmo que ofende a las personas decentes de
izquierda. El arrepentimiento posterior a las políticas que primero
pusieron en práctica es la cantinela a la que el mundo de la
Internacional Socialista nos tiene acostumbrados, quizá un viejo residuo
del hipócrita trámite del examen de conciencia previo la confesión
católica. Pero la estrategia para hacerse perdonar sus desmanes
anteriores se agota cuando el capitalismo globalizado se ha merendado
las últimas migajas que quedaban por redistribuir y ya no queda nada
social que ofrecer ni que redistribuir.
Derecha liberal o conservadora e “izquierda” socialiberal, sola o en
combinación con progresistas, excomunistas o verdes, alcanzan gobiernos
no por sus programas sino por hartazgo del partido/s que está/n hasta
ese momento en ellos. La cuestión programática es un asunto
absolutamente banal porque ni se cumple ni marca nunca diferencias
sustantivas respecto al “modelo de sociedad” y casi siempre tampoco
frente a las terapias ante la crisis planteadas por la derecha oficial.
La democracia se ha convertido no en el medio de elegir al gobernante
sino, por desgracia, como decía el ultraliberal Karl Popper de “quitarse
de encima los Gobiernos insoportables”. Poca cosa si los nuevos van a
seguir haciendo más o menos lo mismo.
En el momento presente la corriente política que conforman los PPSS
es un barco a la deriva, que ha perdido el timón, el palo mayor y tiene
una profunda vía de agua en su costado. Pero discuten de cosas tales
como qué rostro de timonel será más atractivo para la marinería, la
recentralización de la democracia en su discurso, cómo retomar la
cuestión de la igualdad -ahora que han perdido la oportunidad de ponerla
en práctica desde sus gobiernos- cómo comunicar mejor a la sociedad, o
cómo estar más cerca de ésta, aunque no tengan nada nuevo que ofrecerle.
Los “expertos” politólogos de su órbita aluden a también a cuestiones
relativas al marketing político: el perfil de un partido moderno del
siglo XXI en una sociedad compleja, la elaboración de un discurso propio
de un partido solvente, serio, riguroso, y la discusión del proyecto y
del modelo de partido. Bla, bla, bla. Bazofia intelectual que
avergonzaría a un estudiante de 1º de Ciencias Políticas y les aseguro
que el temario es de lo más generalista y de baja exigencia formativa.
En cuanto a los excomunistas y a sus marcas electorales, muchos de
los cuales mantienen el nombre en sus organizaciones, y a la mayor parte
de la “izquierda radical” que se hace llamar a sí misma “alternativa”,
quizá más por su deseo irrefrenable de serlo electoralmente frente a los
primeros que por ofrecer una alternativa al capitalismo, se encuentran
mucho más cerca de la crítica al capitalismo desde planteamientos
neokeynesianos –rezan con ungida devoción a los Galbraith, entre los
difuntos santones económicos, y a los Navarro, los Torres López, los
Stigliz o los Krugman, los Lapavitsas,... entre los vivos, todos ellos
reunidos en santo recogimiento por la reformista ATTAC- que desde el
marxismo. Marx queda para ambos como un recurso para subir
ocasionalmente el tono izquierdista pero se alejan de él avergonzados
ante el primer señalamiento como seguidores de un pensamiento
“desfasado” por parte de cualquier analfabeto político que les reproche
su falta de “modernidad” o les exija un discurso que integre “lo nuevo”.
Señores excomunistas y también de la “izquierda radical” de la que
luego hablaré, Keynes no era un socialista. Simplemente era un
economista capitalista que buscaba incrementar la eficiencia del
capitalismo y disminuir sus factores de inestabilidad mediante la
intervención pública. ¿Es eso lo que pretenden ustedes, incrementar la
eficiencia del capitalismo y disminuir sus factores de inestabilidad?
Nos ahorraríamos mucho esfuerzo en saber qué queda en ustedes de
izquierda conociendo su empacho keynesiano.
¿Qué ha aportado la corriente excomunista a la idea de la izquierda
en los años anteriores y en los actuales de la crisis? Poca cosa propia,
salvo la de intentar convertirse ellos mismos en los auténticos
socialdemócratas, en la vieja idea de ocupar los espacios que los
social-liberales dejan vacíos, lo que no deja de ser un viraje hacia su
derecha.
No es original ni propio el copia y pega zafio y oportunista de hacer
suyo el discurso “indignado” de “democracia frente al capitalismo
financiero” (no socialismo frente al capitalismo global, ¿o es que el
capitalismo financiero no es parte del capitalismo como sistema
general), “revolución ciudadana” (no de clase) el uso abusivo del
término “ciudadanos”, auténtica amanita faloides que envenena el
concepto de clase social, disolviendo la lucha de clases en una
macedonia ideológica en la que el enemigo se escamotea porque
desaparecen tanto éste (la burguesía capitalista) como el sujeto social
que ha de combatirlo, unidos ambos en una misma categoría “cívica”.
¿Tanto alejarse de la revolución de 1917, por eso de ser modernos y
actualizar el discurso, para acabar retrocediendo hasta la Revolución de
1789? Si al menos hubieran adoptado la posición ideológica de los
sans-culottes o de los cordeliers cabría pensar que aún puede esperarse
de ellos algo provechoso para la izquierda, aunque fuera retrocediendo
más de 200 años
¿Ignoran estos excomunistas que la categoría “ciudadanos” ha sido
esgrimida por la derecha política y económica desde hace muchos años
antes de la crisis capitalista para oponerla al de trabajadores? ¿Acaso
desconocen cómo se han empleado a fondo desde esa derecha para
desacreditar el ejercicio del derecho a huelga por parte de cualquier
colectivo de trabajadores con capacidad de presión para defender los
sacrosantos “derechos de los ciudadanos”? No les vendría mal la lectura
de un libro muy esclarecedor y oportuno al momento actual de cómo se
antagonizan los conceptos obrero-ciudadano. Escrito hace unos veinte
años, el libro del tristemente desaparecido sociólogo comunista Andrés
Bilbao, es“Obreros y ciudadanos. La desestructuración de la clase
obrera”. Quienes tuvimos la fortuna de ser alumnos suyos nunca
olvidaremos su rigor analítico, su compromiso político, su brillantez y
su capacidad de aportar renovación al marxismo sin restarle un ápice de
su contenido revolucionario.
Si hablamos de ese espacio político de difícildelimitación llamado
“izquierda radical” o “izquierda alternativa”, en el que a título
individual hay quienes se declaran comunistas pero raramente lo hacen
sus organizaciones, tenemos un espectáculo devastador: gentes que se
identifican políticamente con intelectuales que justifican los pasados
bombardeos a Libia, economistas keynesianos de referencia como en el
caso de los excomunistas, ideólogos que hablan de la transición al
socialismo pero escamotean la idea de la toma del poder (5), militantes
influidos por la izquierda postmoderna tipo Negri, Halloway, Hard,
Slavoj žižek, Guy Debord y los restos del naufragio situacionista.
Cuando se nace al calor del 68 francés se acaba, como él, en el
culturalismo de una ya vieja y aún más estéril postmodernidad. Deletérea
formación político-ideológica en la que el texto descontextualizado
sustituye al seminario de formación y la Universidad de Verano a la
formación continúa y abierta a todo tipo de textos, sin restricciones, y
no a los del marco teórico previamente establecido. Trotsky, Gramsci o
Rosa Luxemburg sólo son para ellos referencia a la que acudir como
principio de autoridad.
La izquierda postmoderna se alimenta de artículos autorreferenciales
en lo ideológico, en la mayoría de los casos de escasa imbricación entre
teoría y praxis, donde el brillantismo artificioso y la finta
dialéctica sustituye al valor práctico de la tesis. Aquí sí que el arma
de la crítica ha reemplazado a la crítica de las armas, corrigiendo a
Marx en su tesis sobre Feuerbach, pero por exceso de teoricismo vacío.
No hay teoría de partido de vanguardia pero tampoco de partido de
masas, no hay propuesta revolucionaria sino programa político
reformista, no hay teoría económica marxista –seamos justos, quizá
porque hay muy pocos economistas marxistas solventes en la actualidad-
sino recurso a la nomenclatura de profesores keynesianos ilustres de
universidades USA y asesores de fundaciones tipo Eleanor Roosevelt o de
catedráticos de políticas públicas.
En este caso sí puede decirse que sin pensamiento revolucionario no
hay acción revolucionaria y no la hay porque tampoco la esperan de
verdad en ese entorno. Precisamente por ese motivo no se esfuerzan en
anticiparla desde el pensamiento.
Al colmo de la degradación ideológica en un ámbito próximo a la
izquierda radical llegamos cuando alguno de los intelectuales orgánicos
de ese territorio político destaca tres grandes retos del socialismo: el
machismo –lo será de la civilización humana, más que particularmente
del socialismo-(la acotación entre guiones es mía), el carnivorismo
(¡¡¡¡¡!!!!!) y el agonismo (¿¿¿¿¿??????) (6) ¡Pa´habernos matao!
Algún día alguien debería hacer un análisis de cómo la influencia
ideológica de sectas de diseño New Agee, místicos, conspiranoicos y
otras especies integrantes de la fauna indignada ha dado en dañar la
capacidad intelectual de gentes de izquierda que hasta poco antes
sostenían un discurso mucho menos errático y más consistente.
A través de esta contaminante relación entre lo que debiera ser agua y
aceite hemos visto cómo la izquierda radical integraba categorías
conceptuales, aparentemente mediaciones entre el pensar y el hacer, que
no aportan nada al proceso de la lucha de clases sino que más bien la
desvirtúan al aparecer estos - transversalidad, horizontalidad, rechazo
de los liderazgos, “ser inclusivo”- como valores “per se” de lo que ese
mundo llama “lo nuevo” en lugar de los elementos impulsores de la
conciencia, las vías de derrota del capital y la definición de la utopía
que se busca. Lo medial es importante para lograr un objetivo, e
incluso puede definirlo en parte, pero está siendo utilizado como
narcótico de entretenimiento porque centra en ello el núcleo del debate
político, cuando la clave está en cómo salir del capitalismo y hacia que
sociedad avanzar, aspecto estos que se escamotean sistemáticamente.
En realidad, casi todos esos elementos son partes de la construcción
de un sujeto colectivo amorfo ajeno a la identidad de clase en el que
cabe el “ciudadanismo” integrador de todas las contradicccones sociales.
Que nadie se engañe: transversalidad y “ser inclusivo” son la trampa
del interclasismo- La horizontalidad es un corrector de lo vertical pero
no la forma de organización pura de la democracia ni de la toma de
decisiones. La delegación y la representación son formas permanentes de
cualquier organización compleja y la sociedad actual lo es. Aunque la
idea del rechazo al liderazgo tiene un origen progresista –el
anarquismo- es necesario ya desmontar su falacia: todas las figuras
emblemáticas del pensamiento libertario han marcado de uno u otro modo
su impronta, bien como dirigentes, bien como intelectuales o pensadores
del mismo, bien como ambas cosas y ello los ha hecho líderes. Que no lo
sean en el sentido vertical organizativo no significa que sus tesis no
se impusieran en muchas ocasiones más por el peso de sus figuras que por
las posiciones defendidas. No diré más de los libertarios. Prefiero
dejarles fuera del análisis de las actuales izquierdas políticas, no
sólo por su posición frente al Estado sino porque tampoco existe acuerdo
pleno entre ellos mismos respecto a si son parte o no de la izquierda.
Por otro lado, tampoco es fácil la discusión con un sector del
anarquismo –no todos, sería injusto afirmar tal cosa- después del
subidón de asambleitis que los movimientos indignados les han producido.
Están demasiado crecidos y despectivos para que los marxistas entremos
al debate político con quienes pretenden arrojarnos al museo de la
Historia, aquél al que van los que sí la han hecho y han dejado algún
tipo de poso bastante más perdurable que alguna primavera. Cuando el
15-M sea un hecho del pasado –parece estar en ese proceso- y el general
invierno lleve a los Occupy Wall Street al calor de sus hogares, les
veremos probablemente más relajados y quizá sea posible discutir
políticamente con ellos de un modo útil para todos.
En cuanto la izquierda comunista más clásica –la mayor parte de la
marxista-leninista- mantiene una posición declaradamente revolucionaria y
con centralidad en la lucha de clases y el derrocamiento del
capitalismo pero le mata el relato. Éste está sobrecargado de un peso de
la historia que no le impulsa sino que le oprime, a través de un
fetichismo cuasi religioso, unos totems, una retórica y una concepción
institucionalizada del socialismo rechazables desde una visión de la
política laica y que demanda la participación social en los procesos de
transformación. El problema no está tanto en lo que desean de un modo
abstracto sino en el modo en que lo formulan y pretenden plasmarlo.
Su seguimiento de la teoría campista –que tuvo su correlato en la
teoría norteamericana del “realismo político”de las Relaciones
Internacionales- de la época de la Unión Soviética, cuando hoy ya no
existen los campos o polos clásicos sino la tendencia a un mundo de
poderes multipolar –irrupción de China, India, Brasil junto al papel
declinante de Rusia y USA- les lleva a justificar regímenes y
mandatarios enormemente alejados del papel progresista que en su día
jugó el bloque socialista y que no cumplen un papel reequilibrador del
peso del Imperialismo por mucho que sea justo oponerse a la amenaza y la
agresión militar imperialista a esos países. El caso más paradigmático
de mantenimiento acrítico de la teoría campista se está poniendo en
evidencia en la defensa de la figura de un autócrata corrupto como Putin
cuando el Partido Comunista de la Federación Rusa, heredero del PCUS,
se le opone frontalmente buscando su derrota política en Rusia.
En su fidelidad a la transmisión generacional de un único modo de
concebir el proyecto revolucionario presenta una grave incapacidad para
asumir que socialismo y libertades democráticas –las que reivindica para
su derecho al ejercicio de su actividad política- no son antítesis ni
las libertades meras plasmaciones de la democracia burguesa sino
elementos indisolubles porque sólo el socialismo es un auténtico régimen
democrático –social, económico y político- y no hay auténtica
democracia sin la socialización –no la simple estatalización- de los
medios de producción y distribución y la libre discusión colectiva sobre
el proyecto político.
Su mundo simbólico, su iconografía, la divinización de las figuras a
las que rinden culto cuasi religioso, la representación proyectada del
mundo que imaginan, su percepción de los procesos históricos como algo
ineluctable, casi independiente de la voluntad expresada en las luchas,
los convierten en fieles a la doctrina, no al método de análisis y
transformación de la realidad –radicalmente laico-, contradiciendo la
propia letra de La Internacional -“ni en dioses, reyes, ni tribunos está
el supremo salvador”- y hace de ellos compañeros deseables en la lucha
pero no en la dirección del proyecto.
Respecto a los verdes lo que tuviera que decir de ellos ya lo ha
hecho con muchísima más inteligencia y brillantez Vicente Romano (7).
Los verdes son –y el caso de EQUO en el Estado español es su paradigma
más evolucionado- el modo en que un votante que se autocalifica de
izquierdas intenta justificar ante sí mismo y ante los demás su giro a
la derecha, como dentro del populismo nacionalista español pasa con
UPyD. Significativo que ambas opciones sean escisiones por la derecha de
izquierdas claudicantes y significativo también del giro a la derecha
de la sociedad y de cómo con su actuación política lo han potenciado las
izquierdas.
¡Basta ya de avergonzarnos!
Nos avergüenzan las izquierdas a las que el capitalismo y la derecha
reaccionaria les ha perdido el respeto y el menor temor, viéndolas no
como amenaza sino como inútiles compañeros de un simulacro de
enfrentamiento inexistente porque no ofrecen un proyecto de sociedad
radicalmente distinto.
Nos avergüenzan porque nos llevan a los trabajadores por un camino de
perdición y derrota al habernos desarmado ideológica y físicamente con
su falta de voluntad de lucha contra el capitalismo.
Nos avergüenzan las izquierdas que condenan lo que llaman
pudorosamente neoliberalismo, cuando es sólo el capitalismo más
auténtico frente al que se niegan luchar para derrocarlo y a proclamar
con orgullo la superioridad moral del socialismo cuyo nombre les
abochorna pronunciar.
Nos avergüenzan las izquierdas porque no creen en lo que dicen
defender –justicia social e igualdad- y mendigan un nuevo pacto social
que les restituya un “capitalismo de rostro humano” que el propio
sistema ya no necesita porque quienes fueron sus opositores se han
derrotado a sí mismos.
Nos avergüenzan las izquierdas que nos mienten y ocultan que el
capitalismo no tiene salidas que nos devuelvan al momento anterior a
esta crisis . Nos avergüenzan con sus espantajos de propuestas
keynesianas, más irrealizables que un programa realmente socialista,
porque el capitalismo no pacta con quienes desprecia porque no respeta;
respeto que sólo puede nacer de las posiciones de fuerza, el único
lenguaje que el sistema conoce.
Nos avergüenzan porque no han formado militantes conscientes sino
hooligans irracionales ante las mínimas críticas hacia sus formaciones,
con un orgullo de partido incoherente con la patética situación de sus
organizaciones.
Esperando a los bárbaros
Las ideas de izquierdas necesitan de unos nuevos bárbaros –de una
izquierda no sistémica- arrojados en la lucha, resueltos en sus
decisiones, orgullosos de aquello en lo que creen, dispuestos no a
mendigar indignamente un nuevo marco social de relegitimación del
capital sino a luchar por derrotarle.
Necesitamos unas izquierdas que, dentro de toda la actualización que
sea necesaria, recuperen lo mejor de las tradiciones combativas que les
dieron vida original, su espíritu irredento, insumiso frente al capital,
rebelde contra este sistema económico depredador, capaces de asumir que
el socialismo no lo heredaremos de un capitalismo senil que ceda
amablemente el testigo sino que sólo puede ser construido mediante una
revolución que tome el poder político, económico, social, cultural por
la fuerza de los hechos.
Necesitamos unas izquierdas que no pretendan gestionar mejor un
capitalismo que ya no permite el menor control por parte de los Estados;
unas izquierdas que no nos hagan perder el tiempo en programas
económicos para salvar un sistema que sólo merece ser destruido a manos
de sus víctimas.
Necesitamos unas izquierdas que no teman atravesar el desierto de la
incomprensión de amplios sectores de las clases medias y trabajadoras
que hoy tampoco las comprenden porque en el mejor de los casos las
perciben similares a las organizaciones del sistema.
Necesitamos unas izquierdas que recuperen su función pedagógica y de
vanguardia entere las clases trabajadoras, que sean el elemento mediador
de su toma de conciencia, que organicen a los trabajadores más allá de
su filiación sindical, construyendo el tejido social de una nueva
hegemonía de clase.
Necesitamos unas izquierdas que reconstruyan su identidad, que creen
la teoría desde sí mismas, no que tomen conceptos ajenos inoculados por
quienes nada tienen que ver con un proyecto emancipador: menos
ciudadanismo y más clases trabajadoras, menos evolucionismo y más
revolución social, menos asambleismo amorfo e interclasista y más
democracia de base obrera, menos demanda de vuelta a una “democracia”
idealizada que nunca lo fue frente a los “mercados” y más construcción
de un programa socialista frente al capital.
Necesitamos de unas izquierdas en las que los social-liberales sean
desplazados por quienes estén dispuestos a recuperar el mensaje de la
vieja socialdemocracia, no de ese sucedáneo en cuyo nombre cometen sus
tropelías.
Necesitamos de unas izquierdas en las que los comunistas que dejaron
de serlo avergonzados de sus principios, sean sustituidos por quienes de
verdad lo sean, orgullosos de recuperar su mejor pasado.
Necesitamos de unas izquierdas en las que la “izquierda radical” sea
izquierda de verdad y no sólo radical al modo sesentayochista y
altermundista.
Necesitamos de unas izquierdas en la que los comunistas ortodoxos no
le teman a un socialismo que respete y practique las libertades
democráticas porque no nos fueron regaladas sino que hubimos de
arrebatarlas mediante una dura lucha y el socialismo será democrático o
no será.
Necesitamos una nueva generación de sindicalistas honrados, generosos
en la entrega, luchadores decididos por los derechos laborales de los
trabajadores, combativos en la acción sindical que, desde su trabajo a
pie de empresa, barran estos años de ignominia, entreguismo al patrón y
pactismo sin más contrapartidas que el bienestar de las castas
burocráticas de las estructuras sindicales y el sacrificio y la pérdida
de derechos históricos de su base social.
En ese nuevo sindicalismo digno y de combate es fundamental impregnar
a todas las formas de lucha –huelga, ocupaciones de empresas y tierras,
huelgas de consumo, sabotajes,...- un carácter político y
anticapitalista a las luchas que vaya preparando un proceso
insurreccional contra el capital y que lleve en su interior el germen de
las formas que ha de adquirir la nueva sociedad.
Necesitamos recuperar el espíritu de unidad por la base de las
organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores en una nueva
articulación supranacional que recupere el sentido original que tuvo la I
Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores en la
que fueron capaces de convivir marxistas y anarquistas del mismo modo en
que mañana debieran serlo también auténticos socialdemócratas,
comunistas de todas las corrientes y libertarios, desde el respeto mutuo
a la discrepancia y la lealtad entre todos los que la conformen.
Los Estados no pueden parar solos, ni coordinados, el ataque de un
capitalismo enloquecido (carecen de mecanismos y de poder coactivo y
coercitivo sobre el capital globalizado) en su lucha por la máxima
concentración mundial del capital y la eliminación de las estructuras
políticas, tal como las hemos conocido; de un capitalismo que camina
hacia un Nuevo Orden Internacional en el que toda estructura
institucional dejará de ser pública y política para ser privada y
económica.
Sólo la acción conjunta y solidaria a nivel internacional de los
trabajadores del mundo puede parar ese golpe e iniciar un proceso de
acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva. Porque sólo los
trabajadores hacen que el mundo se mueva también pueden pararlo.
Remedando a Pirandello puede afirmarse que no somos seis sino cientos
de miles los “personajes en busca de autor” que no hallamos un espacio
de militancia organizada en las izquierdas actuales que nos satisfaga
pero que podríamos llegar a ser millones si encontrásemos unas
organizaciones en las que reconocernos y de las que no avergonzarnos
sino sentirnos orgullosos.
Vendrán tiempos mucho más difíciles que los presentes pero sólo si
llegan esos nuevos bárbaros –difícilmente del interior de las
“izquierdas sistémicas” ya que aunque parte de sus militancias son sanas
y luchadoras, la mayoría de sus miembros están escasamente formados y
carentes del necesario sentido autocrítico hacia sus organizaciones-
será posible una esperanza para la civilización humana que impida
nuestra degradación como especie hacia una medievalización tecnológica
en la que otros bárbaros –ejércitos y policías privadas neofascistas-
impongan no la barbarie de la rebeldía sino el horror de su crueldad y
las más groseras formas de opresión sobre los seres humanos.
NOTAS:
(2) http://www.rebelion.org/docs/138182.pdf
“Hay alternativas”. Libro colectivo de Vicenç Navarro, Juan Torres
López y Alberto Garzón Espinosa. Para quien aún le quepan dudas sobre lo
que hoy defienden las izquierdas, en el siguiente párrafo del documento
colectivo de “Hay alternativas”, editado por ATTAC España y Editorial
Sequitur y elaborado colectivamente por los autores citados, se le
aclararán: “la Unión Europea debería reestructurarse según una
estructura federal que permitiera un pacto social capital-trabajo a
nivel europeo. Tales cambios deberían hacerse con cierta urgencia, pues
la propia viabilidad de la Unión Europea está en peligro” (Op. cit. Pág.
178)
(3) “Memorando sindical a la presidencia sueca de la Unión Europea”. Confederación Europea de Sindicatos (CES)
(5) http://old.kaosenlared.net/noticia/urge-transicion-economica-social-partir-capitalismo-david-harvey