Alemania sube salarios: poco y tarde

Tras veinte años de estancamiento salarial, el aumento real será del 1%. Su impacto en la eurocrisis será mínimo

IG Metall, el gran sindicato metalúrgico alemán consiguió el día 19 un incremento salarial del 4,3% hasta mayo de 2013 para los 3,6 millones de trabajadores del sector del automóvil, electrónica y metalurgia. Los salarios suben en Alemania ¿Una buena noticia para la eurozona? Sin duda: cuanto más consuman los alemanes, mejor para nuestras exportaciones y para la dinamización de la eurozona en general. Pero suben poco y tarde.

El incremento salarial afecta a sólo una tercera parte del colectivo laboral regulado en convenios. La subida media real para este año será del 3% y teniendo en cuenta la inflación (previsión del 2,3%) ni siquiera superará el 1%, señala Eckart Tuchtfeld, experto de Commerzbank en declaraciones al Süddeutsche Zeitung. Es mejor que nada y mejor que la situación del año pasado, cuando los salarios reales se redujeron un 0,3%, mientras la productividad aumentaba un 1,3%, según el cálculo de la Hans-Böckler Stiftung, próxima a los sindicatos.

El resultado es que la diferencia de costes salariales por unidad entre Alemania y sus socios, uno de los factores de desequilibrio interno en la eurozona, se va a reducir “muy poco”, dice Jürgen Michels, economista jefe de Citi group.

Es verdad que se trata del, “aumento salarial más importante en veinte años”, como enfatiza estos días la prensa conservadora francesa, atrincherada en vender el modelo alemán en su pulso para las legislativas del 17 de junio con François Hollande. Lo que no se dice es que en veinte años los salarios, simplemente, no subieron. La explicación está en las circunstancias en las que Alemania realizó su reunificación nacional en 1990.

Desde la reunificación, la economía alemana ha crecido alrededor de un 30%, pero el resultado no ha sido una prosperidad general sino un enorme incremento de la desigualdad y de la precariedad laboral. El debate sobre si eso es, a pesar de todo, mejor que un 25% de paro es engañoso, pues la situación alemana es fundamentalmente lo mismo en las mucho más favorables condiciones de una economía organizada e integrada que supo diseñar una estrategia nacional exportadora, algo absolutamente fuera del alcance de las posibilidades estructurales de las economías mediterráneas.

La reunificación alemana tuvo una factura de dos billones de euros que fue lo que forjó la actual alergia al gasto (olvídense de la leyenda de Weimar). La empresa alemana acometió entonces su doble expansión al Este: la antigua RDA y el Este de Europa, convertido en patio trasero alemán. En ambos casos contó con una vasta reserva de mano de obra barata, lo que tuvo profundas consecuencias, primero para los trabajadores alemanes y luego para los europeos en general y los meridionales en particular.

En Alemania del Este el desmoronamiento social impidió que los sindicatos arraigaran en lo que era un tejido laboralmente derrotado por la gran quiebra industrial que la paridad monetaria entre el Deutsche Mark y el marco oriental exacerbó. Tras la reunificación, el Este era un panorama de ciudades industriales vaciadas por la emigración provocada por la quiebra de empresas y sectores industriales enteros. En el conjunto de Alemania, la afiliación a la gran federación sindical, la DGB, cayó de 11 millones en 1991 a 7,7 millones en 2003. La capacidad sindical de negociación y cogestión empresarial aun cayó más.

En esa situación de debilidad sindical se sitúan tan el avance de la precariedad laboral como el modelo salarial alemán de los últimos veinte años: un recorte sin precedentes que se presentó a los sindicatos entre grandes presiones y bajo la constante amenaza del paro y de deslocalizar las empresas hacia países como Eslovaquia, Polonia o Hungría con salarios mucho más bajos. Entre 1998 y 2006, los costes salariales por unidad cayeron y los salarios reales retrocedieron durante siete años consecutivos. Fue un gran éxito empresarial y un triunfo de la estrategia nacional exportadora que, combinada con la introducción del euro, dobló en veinte años el peso de las exportaciones alemanas en el PNB. Fue también un elemento clave para la exacerbación del desequilibrio interno en la eurozona. Fue así como un gran “éxito alemán” se tradujo en un enorme problema para la eurozona.

Por el camino Alemania perdió una de sus principales virtudes, que la contabilidad macroeconómica pierde de vista, pero que es esencial para la salud de una sociedad y el vigor de su moral del trabajo: la seguridad laboral y de pensiones, la nivelación y la equidad. Como Japón en Asia, Alemania era una sociedad más nivelada que la media europea. Tras esta terapia de veinte años se ha convertido en un país europeo normal: el 1% más rico de su población concentra el 23% de la riqueza –una relación muy parecida a la existente en Estados Unidos- y el 10% más favorecido tiene el 60%, mientras la mitad de la población sólo dispone del 2%. ¿Un éxito?, ¿una degradación?, juzguen ustedes mismos. En cualquier caso, esta es una crisis general, integrada, de vasos comunicantes que interrelacionan diversas enfermedades nacionales –la nuestra con el ladrillo, una de las más necias e impunes. Y cuanto antes se reconozca, mejor.