Grietas en el edificio de Merkel

Diario de BerlínEl factor Hollande siembra las primeras dudas en Alemania, pero la crisis evoluciona más rápido que esas dudas

La crisis europea se está poniendo al rojo vivo. Merkel comienza a pisar terreno quebradizo en su propia casa. Si Alemania percibe que su política europea está sembrando el caos, la canciller se hundirá. De momento aparecen las primeras grietas, pero su leal oposición no las explota. ¿Aguantará el edificio hasta las elecciones generales alemanas de otoño de 2013? La situación es incierta.

Por un lado asoman anticuerpos que podríamos resumir en el factor Hollande, pero por otro los acontecimientos van más rápido que la lenta toma de conciencia, y amenazan con convertir la doble crisis, económica y política, en una espiral desintegradora. En Alemania mucho dependerá de que el manso partido socialdemócrata, SPD, plante cara, lo que no está nada claro.

La eurocrisis es consecuencia de una quiebra financiera y bancaria, pero Berlín cambió ese diagnóstico que obligaba a “reformar el capitalismo” -Sarkozy dixit- por una leyenda populista y xenófoba, sobre países buenos y malos que habían hecho o no hecho los deberes. Sobre ese discurso cambiado Merkel podía cabalgar hasta las elecciones generales alemanas de otoño de 2013 y vencer. Las cosas podían empeorar en Europa, pero mientras no lo hicieran en Alemania el mecanismo funcionaba.

Esta leyenda fue inmediatamente apoyada por el sector financiero por la sencilla razón de que con ella desaparecía del banquillo de los acusados. Se impuso con facilidad porque dicho sector tiene una gran influencia en el establishment político-institucional europeo y en sus correas de transmisión mediáticas. Europa tiene un serio problema de independencia político-informativa. Por ello fue muy fácil sentar a un griego –cierto, con antecedentes penales, pero eso es anecdótico- en el banquillo de los acusados.

“Nosotros no somos Grecia”, fue el nervioso mantra que los dirigentes de otros países malos entonaron, mientras Alexis Zorba era injustamente maltratado. Nada en la situación del griego dependía de su conducta. Su extremo sacrificio y ahorro para devolver deudas bancarias moralmente dudosas, solo sirvió para incrementar su deuda y su miseria. La clase media y baja griega, en la franja social de Europa menos inserta en la economía global, está siendo crucificada entre la indigna y ciega complicidad de quienes ya comienzan a sufrir el mismo tratamiento. Pero la evidencia de que la leyenda alemana conduce al desastre se impone poco a poco fuera de Grecia.

De Holanda, cuyo gobierno era el principal apoyo al rigorismo de Merkel, hasta Hollande, el nuevo presidente francés con un nuevo discurso que deja cojo al eje franco-alemán, pasando por el temeroso murmullo de la carta de doce jefes de gobierno europeo del pasado marzo, las quejas y tensiones españolas ante las manifiestas grietas que se abren, y el malestar de los jerarcas de la burocracia de Bruselas por haber sido degradados por las decisiones del duopolio Merkel-Sarkozy, todo empuja hacia un replanteamiento.

No se trata de austeridad contra crecimiento, sino de democracia, de soberanía popular y de rescatar el modelo europeo secuestrado por el poder financiero y un establishment político a él sometido por treinta años de inercia.

Que un primer ministro griego haya caído por sugerir un referéndum y que los griegos sean demonizados por ideas como una auditoria de la deuda -es decir por querer saber cuanto se debe, a quién se debe y por qué- ilustra perfectamente el contenido antidemócratico que se desprende del pacto fiscal de Merkel, que priva a los parlamentos de su principal atributo de soberanía: el control de los presupuestos.

François Hollande llegó el martes a Berlín para entrevistarse con Angela Merkel tras evocar en el Hotel de Ville parisino el espíritu popular y rebelde de 1848 y 1968. La pregunta es si tiene un proyecto y una voluntad de transformación, o si va a ser una especie de Obama europeo: un espejismo creado por la desesperada expectativa del imaginario popular.

Que sea espejismo o sea realidad es algo que sólo la propia sociedad puede determinar. El De Gaulle que en junio de 1940 apeló a la nación, habría sido un general sin ejército si los franceses no se hubieran levantado. En manos de sus gestores, el replanteamiento de la política anticrisis europea parece condenado a la mera gesticulación si no tiene detrás una presión rebelde que lo empuje.

En Alemania habrá que ver si la mentira que sostiene el edificio merkeliano, la crisis de deuda en lugar de una crisis bancaria, aguantará hasta otoño de 2013. Desde hace algunas semanas las señales sugieren grietas en el Alemania va bien. Las elecciones de Renania del Norte-Westfalia han consagrado cierta derrota del rigorismo merkeliano en su propio campo. Las exportaciones alemanas a la Unión Europea, principal mercado alemán, están en su punto más bajo en veinte años. Han caído seis puntos entre 2007 y 2011. El crecimiento alemán, la buena noticia de la UE, es de sólo medio punto del PIB anual y depende de una China que se enfría y de la demanda de los BRICs. Merkel camina sobre cáscaras de huevo.

La oposición socialdemócrata, el SPD, abrazó el neoliberalismo. Al día de hoy aún tiene que decidir si su objetivo es echar a Merkel de la cancillería, o gobernar con ella en coalición en 2013. De sus tres líderes, dos, Peer Steinbrück y Frank-Walter Steinmeier, son partidarios de lo segundo. El tercero, Sigmar Gabriel, se ha visto potenciado por las elecciones de Renania del Norte-Westfalia y por el factor Hollande. Pero mientras el SPD titubea, la crisis europea avanza. Esa diferencia de velocidades es el gran problema.