La colonización de
Libia y la izquierda occidental: entre el otanismo y el internacionalismo
Albert Escusa
La izquierda occidentalista –de la que forman parte tanto
fragmentos mayoritarios de la izquierda institucional europea como corrientes
de de la extrema izquierda antisistema–
va descubriendo sucesivamente la existencia de regímenes “delincuentes”, sus
correspondientes dictadores y las recetas para eliminarlos a medida que la
propaganda de guerra de los medios de prensa imperialistas focaliza su atención
sobre un determinado país no occidental como cobertura para sus planes
colonialistas. El occidente imperialista ha planificado una recolonización descarada,
por vía militar, del continente africano, repitiendo el modelo de la
Conferencia de Berlín de 1885, donde las potencias europeas occidentales se
repartieron África casi al completo y permitieron que únicamente Etiopía
existiera como país independiente. En aquella época, la mayoría de partidos
socialistas (“marxistas”) occidentales acabaron sucumbiendo a la propaganda
colonialista y justificaron las políticas de conquista y esclavitud colonial
con unas argumentaciones pretendidamente de izquierdas. Hoy, la izquierda
occidentalista se adhiere a la misma posición y justifica por acción o por
omisión las políticas colonialistas, los crímenes y las invasiones militares de
occidente.
Afortunadamente, la intervención imperialista en Libia está
haciendo resurgir a una izquierda internacionalista, solidaria y comprometida
que parecía prácticamente desaparecida en occidente y que, por fin, emerge
frente a las aberrantes complicidades de la izquierda occidentalista con el
colonialismo y los crímenes de las potencias dirigentes de la OTAN. La
izquierda internacionalista se consolida progresivamente a través de la
solidaridad internacionalista con la resistencia patriótica y anticolonialista
en Libia dirigida por el coronel Gadafi –independientemente de la opinión que
se pueda tener de su trayectoria histórica, de sus errores y sus aciertos–, la
defensa de la soberanía nacional de los países objetivos del colonialismo y la
denuncia del imperialismo y sus innumerables crímenes.
La izquierda
occidentalista cómplice del colonialismo otánico
El otanismo y el atlantismo son las formas propias del
colonialismo en el siglo XXI, variantes de un eurocentrismo expansionista que
promueve la exportación de los derechos humanos y la democracia en versión
occidental –el llamado imperialismo “humanitario”– como coartada para la
devastación y la colonización de un determinado país en el que hay en juego
intereses importantes. Una parte sustancial de la izquierda occidental –y
también la izquierda de otras latitudes, que comparte similares puntos de
vista– colabora directa o indirectamente con estos fines aportando
justificaciones cosechadas entre su patrimonio ideológico. Se trata de la
izquierda occidentalista-otanista, cuyos mensajes han sido ampliamente
dominantes en los conflictos neocoloniales de los últimos años, principalmente
Yugoslavia, Irak y ahora Libia, ahogando en muchas ocasiones a una izquierda
internacionalista occidental que se encontraba todavía muy débil y dispersa, al
estar sometida a los ataques conjuntos de los medios imperialistas y la
izquierda otanista.
Los medios imperialistas utilizan para sus fines técnicas
publicitarias clásicas basadas en consignas sencillas y mensajes esquemáticos,
repetitivos y claros. Para justificar la necesidad de atacar un país
determinado se simplifica la naturaleza de su régimen personificándolo en la
figura de su dirigente, que es convertido en una mezcla de demonio sanguinario
y siniestro personaje de películas de western
americano. El régimen o el dirigente a destruir pierde así toda connotación
política para convertirse en una figura semi-religiosa: la personificación del
Mal absoluto. De esta manera se le ofrece a la opinión pública occidental un
sencillo pack que le permita
comprender fácilmente los motivos de la campaña contra el nuevo enemigo de la libertad, sin tener que
entrar en espinosas consideraciones económicas, históricas o políticas que
podrían crear dudas peligrosas sobre los verdaderos intereses en juego. La
cuestión central es ocultar la agresión real de las potencias imperialistas
contra un país independiente fabricando una imagen mitológica, la lucha del Bien
–la OTAN y/o los rebeldes– contra el Mal –el demonio de turno–. Esta imagen es
perfectamente asequible a una población saturada cotidianamente con productos de
la industria del entretenimiento norteamericana y afín –como los innumerables
productos cinematográficos de propaganda occidentalista–, donde las culturas no
occidentales son presentadas como inferiores que deben ser “educadas” por
occidente, o bien como entes potencialmente terroristas cuya única razón de
existir es un odio obsesivo contra los valores de la democracia y la libertad
encarnados en Estados Unidos y sus amigos europeos.
La izquierda occidentalista se mueve a sus anchas en este
escenario de criminalización de otras culturas y de demonización semi-religiosa
e irracional de cada nuevo enemigo de la
libertad, ya que eso le permite no tener que justificar su postura
abiertamente pro-colonialista, escudándose en las imágenes potentes creadas por
la propaganda de guerra otanista. Para ello elabora sus propios packs ideológicos basados en un productos
similares a la ideología neocolonialista otánica, pero con un envoltorio y una
campaña publicitaria especializada que, beneficiándose de los mensajes
dominantes de los medios imperialistas sobre el próximo demonio a destruir, se
dirige a un segmento concreto de “consumidores”: sus propios seguidores o
personas potencialmente solidarias con la lucha anticolonialista de los pueblos
oprimidos.
La izquierda occidentalista promueve los valores morales y
políticos surgidos del mundo occidental imperialista, a los que considera en
última instancia superiores a cualquiera del resto del mundo, aunque para
expresar la adhesión a estos valores emplee un vocabulario radical y de extrema
izquierda. La izquierda occidentalista se transforma en izquierda otanista por
el hecho de coincidir con la OTAN en la necesidad de destrucción de los
gobiernos y Estados etiquetados como “delincuentes” por el imperialismo.
En el caso de Libia, la izquierda otanista es favorable a
la eliminación de Gadafi y la destrucción del régimen que representa, bien sea
apoyando abiertamente la intervención de la OTAN como justificación del
imperialismo humanitario, bien sea recurriendo a la acción de unos supuestos
“revolucionarios” libios que luchan por la democracia y la libertad frente a la
tiranía y que, como se ha demostrado, es una coalición formada por ex
funcionarios occidentalistas y corruptos del régimen de Gadafi aliados a los
integristas islámicos y mercenarios de Qatar, Pakistán, Egipto y de Al Qaeda,
teledirigidos por la OTAN.
La izquierda otanista está constituida por una mayoría
significativa de la izquierda institucional europea, partidos ecosocialistas,
renombrados intelectuales de izquierda, algunos llamados anticapitalistas,
trotskistas y también algunos seguidores de Lenin –que curiosamente han roto
con la política leninista de apoyar los movimientos de liberación nacional–.
Además encuentra eco en otras partes del mundo: entre otros, la mayoría de
partidos trotskistas y también hasta algún partido comunista árabe que coinciden
en convertir en héroes del pueblo a las hordas criminales de integristas
torturadores y asesinos, y ni siquiera se molestan en condenar las matanzas de
la OTAN.
La izquierda occidentalista hunde sus raíces en un
eurocentrismo arraigado en siglos de un salvaje colonialismo occidental sobre
los pueblos oprimidos, que encontró apoyos entusiastas en las capas más
progresistas de la sociedad del siglo XIX. Es interesante recordar al respecto
la profunda reflexión que el escritor palestino Edward W. Said plasmó en Cultura
e imperialismo:
«Durante muchas décadas de expansión imperial, en el
corazón de la cultura europea latía un inocultable y latente eurocentrismo.
Artistas y escritores de vanguardia, la clase obrera, las mujeres, mostraban un
fervor imperialista que aumentaba en intensidad y febril entusiasmo al ritmo en
que crecía la brutalidad y el insensato control de las potencias europeas y
norteamericana sobre los pueblos sometidos. El eurocentrismo penetró la médula
misma del movimiento obrero, de las mujeres y de la vanguardia artística: nadie
significativo quedó fuera de su alcance».
Este eurocentrismo frecuentemente ha generado un grotesco
complejo de superioridad sobre otros ensayos y experiencias políticas alternativas
alejadas de los moldes occidentales, normalmente despreciados o poco
comprendidas debido a que han sido observadas desde el microscopio
occidentalista. Además comporta la defensa de un occidentalismo mesiánico “de
izquierdas”, que se acentúa al tiempo que la influencia social y la base de una
buena parte de la izquierda occidentalista –especialmente los grupos más
radicales– se reduce alarmantemente por el hecho de estar circulando, con
velocidad creciente, por los raíles de la dinámica grupuscular, endogámica y
atomizadora que suele preceder a las fases de desintegración.
Libia y la doble
moral de una parte de la izquierda
La actitud frente a los acontecimientos de Libia ha
consagrado una doble moral impune entre una parte de la izquierda, y
desgraciadamente no sólo entre la occidental.
Prosiguen con implacable determinación asesina las
operaciones militares imperialistas en Libia y se suceden con «normalidad» los
criminales bombardeos otánicos contra la población. Las matanzas, las
mutilaciones y las torturas salvajes perpetradas por los mercenarios del
Consejo Nacional de Transición, de Al Qaeda y del ejército de Qatar han
producido miles de víctimas, la inmensa mayoría mujeres, niños y otros civiles
inocentes. Al mismo tiempo, en Libia, los medios de comunicación imperialistas
han alcanzado un grado de manipulación y desinformación que ha superado con
creces incluso las anteriores guerras precedentes, donde las «fosas comunes de
Milosevic» o las «armas de destrucción masiva de Saddam» fueron las coartadas
fabricadas para el imperialismo humanitario en Yugoslavia e Irak.
Ante esta barbarie monstruosa, ¿cuál es la actitud de la
izquierda occidentalista y de otras corrientes de la extrema izquierda que han
defendido encendidamente otras causas políticas? Pues ni más ni menos, una
actitud que oscila entre la hipocresía y la complicidad de la izquierda
occidentalista, y una incomprensible falta de solidaridad entre parte de otra
izquierda a la que se le supone de naturaleza diferente.
Hemos visto a organizaciones políticas, artistas e
intelectuales pretendidamente de izquierdas rasgarse las vestiduras ante los
«bombardeos del dictador Gadafi contra su propia población» –otra mentira
fabricada por el imperialismo–, firmando llamamientos grandilocuentes y
comunicados incendiarios contra la «tiranía», y movilizándose en apoyo de la
«revolución libia». En cambio, tras varios meses de bombardeos de la OTAN todos
estos hooligans de los
«revolucionarios libios» que estaban emocionalmente destrozados por «la
«represión de la tiranía de Gadafi contra su propio pueblo», ahora ni siquiera
mueven un dedo o incluso apoyan medidas que permiten las matanzas y
mutilaciones de miles de libios, la mayoría civiles inocentes, a manos de los
ejército otánicos y las bandas de fanáticos asesinos integristas.
Hemos visto a una izquierda que defiende el laicismo o el
ateísmo radical en su casa, pero en Libia apoya a los mercenarios islámicos
extremistas que quieren destruir el régimen laico de Gadafi. Una izquierda
ultrafeminista en occidente, pero defiende a fuerzas políticas tan “revolucionarias”
que pretenden devolver a la mujer a la edad media, al tiempo que ataca al
gobierno libio gobierno que promovía la igualdad de género. Una izquierda que
en España es ultra republicana y se pelea por demostrar quién odia más a la
monarquía española, y en cambio en Libia apoya a los «revolucionarios»
seguidores de la monarquía corrupta y neocolonialista suprimida por Gadafi,
aliados también a las siniestras monarquías feudales árabes. Una izquierda que
en occidente defiende la expropiación de las riquezas y las nacionalizaciones,
pero se opone radicalmente a un gobierno libio que nacionalizó el petróleo y
otros recursos en la práctica, no sólo en palabras. Una izquierda que se
estremece de emoción ante las fiestas de la “diversidad cultural y étnica” de
colectivos de emigrantes típicas de occidente, pero en cambio condena al
régimen de Gadafi que promocionó las diversas etnias de Libia poniendo fin a la
supremacía de la tribu de Bengasi. Una izquierda que dice estar a favor de la
educación y la salud gratuitas y universales, y en cambio arremete contra un
gobierno que trataba de garantizar tales derechos a su población.
Hemos visto una izquierda que en occidente tiene el
antirracismo como religión, pero en cambio tolera que los mercenarios otánicos
reivindiquen Libia «sólo para los blancos» y persigan, quemen vivos y asesinen
a los trabajadores negros extranjeros por el color de su piel. Una izquierda
que defiende los «papeles para todos» y ataca a un régimen que dio la
nacionalidad a decenas de miles de trabajadores africanos. Una izquierda que
dice estar a favor de la “auténtica democracia” y de la democracia directa,
pero se horroriza ante la perspectiva de que en Libia existieran formas de
participación directa. Una izquierda que dice estar contra la OTAN y ataca a
uno de los pocos dirigentes que se opuso al establecimiento del Africom, la
OTAN africana dirigida por Estados Unidos. Una izquierda que defiende el
derecho de autodeterminación, pero sólo si es en su propio país o en lugares
donde las potencias otánicas tienen intereses claves. Una izquierda que
defiende la “justicia” como un principio universal, pero que tolera los
intentos de asesinato de Gadafi sin ningún tipo de juicio y el asesinato de
varios de sus familiares por las bombas de la OTAN. En fin, una izquierda que
defiende que los derechos humanos tal y como se entienden en occidente son
principios universales inviolables y sagrados, pero no mueve un dedo cuando
conoce que los mercenarios otánicos torturan y asesinan en masa, como jaurías
de bestias salvajes, no sólo a partidarios de Gadafi sino también a ciudadanos
libios inocentes y a los trabajadores negros.
Hemos visto también recientemente a buena parte de la
izquierda mundial –en este caso especialmente a la izquierda no occidental–
rasgándose las vestiduras contra el presidente Hugo Chávez al que se le acusaba
de «violar el derecho internacional» acerca de la política seguida por el
gobierno bolivariano respecto a supuestos miembros de las guerrillas de las
FARC y algún activista colombiano de izquierdas. Se han derrochando ríos de
tinta, se han convocando movilizaciones, se han llenando miles de páginas de
encendidas protestas airadas y listas de notables intelectuales izquierdistas y
premios Nobel, y se han constituido asociaciones para protestar airadamente contra
las decisiones del gobierno venezolano; en cambio una parte de esta izquierda
que casi quería quemar en la hoguera a Chávez y a su gobierno –por fortuna,
otra parte sí que está activamente pronunciándose a favor del pueblo libio–
permanece ahora en el más absoluto silencio respecto un suceso que afecta a la
vida de millones de personas y a la soberanía nacional de un país agredido por
la OTAN, suceso que a todas luces es miles de veces más grave que la supuesta
injusticia cometida contra algunas personas concretas por más que sean
luchadores revolucionarios. ¿Acaso en Libia no se está pisoteando miles de
veces más el «derecho internacional» que se considera sagrado para un grupo de
ciudadanos colombianos, con el resultado de miles de muertos y la devastación
del país? ¿Dónde están ahora los defensores heroicos del «derecho internacional
violado», especialmente los
intelectuales de renombre?
¿Tiene derecho a
defenderse un país agredido?
¿Tiene derecho a defenderse un país y un gobierno que es
atacado bárbaramente por fuerzas extranjeras, sin declaración previa de guerra
y tras una campaña de mentiras y difamaciones? Según la izquierda
occidentalista, no tiene ningún derecho a defenderse.
Si pusiéramos como modelo de derrocamiento por fuerzas
invasoras, en coordinación con elementos internos, de un gobierno y un régimen
legítimo surgido de la voluntad popular que promueve reformas sociales,
reconocido por las instituciones internacionales y protegido por el derecho
internacional, la inmensa mayoría de la izquierda occidental evocaría
instantáneamente la rebelión de sectores civiles y militares de extrema derecha
contra la República española y el gobierno del Frente Popular en julio de 1936,
seguida de la inmediata invasión de los ejércitos fascistas de Hitler y
Mussolini.
Pues bien, una situación probablemente mucho peor está
sucediendo en Libia en estos momentos: un gobierno legítimo, miembro de la ONU,
protegido por este derecho internacional y reconocido por la llamada “comunidad
internacional”, un gobierno que además había realizado una política de reformas
sociales, está siendo derrocado y su población civil aniquilada impunemente por
unas fuerzas militares extranjeras en coordinación con elementos locales
insurrectos extremistas, amparándose en la resolución 1973 del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas. Esta resolución –ya de por sí un atentado a
la soberanía nacional y totalmente unilateral, puesto que se basaba en
informaciones de los medios de comunicación occidentales que se han demostrado
completamente manipuladas– ni permitía armar a los llamados “rebeldes”, ni el
derrocamiento del gobierno libio, ni el asesinato de Gadafi y sus familiares,
ni tampoco el bombardeo indiscriminado de la población civil, tan sólo
establecía la creación de una zona de exclusión aérea y un bloqueo de armas a
Libia.
Nadie en su sano juicio entre la izquierda occidental en
1936 le negaría el derecho la República española –que, a diferencia de Libia,
era una metrópoli colonial que poseía el Marruecos español, el Sáhara y la
Guinea española– la lucha armada contra la invasión fascista. Y al igual que en
1936 la gran prensa burguesa mundial acusaba a los republicanos de cometer
multitud de atroces crímenes manipulando la información y mintiendo, se utiliza
hoy la misma técnica contra el régimen de Gadafi. Las diferentes corrientes de
la izquierda occidental que en 1936 se movilizaron para ayudar a la República
española y condenaron la participación de Hitler y Mussolini, hoy en gran parte
permanecen sordas y mudas, impávidas ante las matanzas de los nuevos caudillos
nazi-otanistas. Si en 1936 las bombas incendiarias de la Legión Cóndor alemana
contra Madrid y Gernika levantaban a una opinión pública mundial indignada y a
los partidos de izquierdas, hoy ni siquiera hay interés en condenar los mucho
más mortales bombardeos de la Legión Cóndor otánica contra los Gernikas libios.
¿Por qué hoy la inmensa mayoría de la izquierda occidental
no sólo se niega a apoyar, sino que incluso socava la lucha patriótica
anticolonial del pueblo libio y ni siquiera mueve un dedo por las víctimas de
las matanzas nazi-otánicas? Sencillamente, porque la izquierda otanista
considera a estas víctimas como los “daños colaterales” necesarios para
implantar en Libia los valores que defiende; porque para esta izquierda son más
tolerables los crímenes de los políticos atlantistas y los regímenes
imperialistas herederos de aquellos que cometieron genocidios contra decenas de
millones de indígenas y esclavos negros; porque es una postura políticamente
correcta silenciar los millones de crímenes del imperialismo y los de Sarkozy,
de Obama, Cameron y otros asociados menores, y cebarse en los crímenes –reales
o supuestos– que se le atribuyen al demonio de turno, en este caso Gadafi.
¿Era Gadafi un
agente del imperialismo en Libia?
La izquierda occidentalista promueve el derrocamiento de
Gadafi con el argumento de que era un agente del imperialismo en Libia.
Hasta hace pocos años Libia fue duramente aislada y
bloqueada por los regímenes imperialistas, sufriendo un estancamiento económico
y el aumento de problemas sociales. Para romper el aislamiento, desaparecido el
antiguo bloque soviético con el que tenía buenas relaciones, se optó por una
retirada política mediante concesiones y reformas liberales que pusieron a
parte de la economía y el petróleo en manos occidentales y se desarrolló la
corrupción entre sectores del régimen. La cooperación parece que alcanzó
incluso a los servicios de inteligencia, que habrían trabajado –según algunas
informaciones de la prensa imperialista, muy poco fiable– con la CIA y el MI6
en la persecución del terrorismo islámico. Gadafi fue recibido con honores por
todos los jefes de Estado occidentales, incluyendo Sarkozy, Berlusconi y Obama
entre otros.
Pero Gadafi no fue un agente del imperialismo como afirma
la izquierda otanista. Hay evidencias de peso que muestran que varias
corrientes políticas se desarrollaron en el interior del régimen de la conocida
como Jamahiriya
Árabe Popular Socialista. Estas corrientes desarrollaron intereses
contrapuestos y sus propios calendarios políticos: desde los más afines a
posiciones “socialistas” o, para entendernos, defensores de la igualdad y los
derechos sociales –entre ellos el propio Gadafi– así como de independencia
nacional y panafricanismo, hasta los sectores más liberales y pro-occidentales,
muchos de los cuales se desmarcaron del régimen y formaron parte de la conjura
que preparó Francia para desencadenar la rebelión al servicio de la OTAN. El
régimen libio, además, se estableció sobre una sociedad tribal relativamente
frágil debido a las posturas tradicionalmente pro-colonialistas y monárquicas
de la tribu de Bengasi y la potencial influencia desestabilizadora del
islamismo radical, constantemente reprimido. Esta sociedad tribal, además,
tenía sus canales de poder político y de participación directa en el régimen
libio, resultando de todo ello una compleja interacción con las diferentes
corrientes políticas del régimen y con el propio Gadafi, que al parecer en
determinados momentos quedó en minoría frente a algunas decisiones políticas
importantes, como la de disolver ministerios corruptos.
No obstante, a ojos de gran parte del pueblo libio, la
figura de Gadafi seguía manteniendo un elevado valor simbólico como referente
vivo de la independencia del país. Además, como suele suceder en otras
experiencias revolucionarias –sobre todo cuando las revoluciones atraviesan
dificultades económicas– es muy posible que la juventud de las ciudades fuera
también mucho más receptiva a los valores, ideas y modelos culturales
occidentales, procedentes de la globalización imperialista. De todo ello
resulta un régimen y una sociedad libia mucho más compleja de lo que la ridícula
qaesquematización occidental pretende. La deserción de los sectores más
liberales y pro-occidentales del régimen libio –según parece tras la decisión
de Gadafi de revertir algunas políticas neoliberales– y las dificultades
sociales provocadas por el bloqueo imperialista y las políticas neoliberales,
fue aprovechada por el imperialismo–en el contexto de la controvertida
“primavera árabe” que sacudió algunos regímenes del norte de África– para
preparar la insurrección de Bengasi, que ya había sido decidida por Sarkozy
desde mucho antes, tras comprar a desertores de Gadafi y a las hordas asesinas
de integristas islámicos. Sarkozy recibió rápidamente el apoyo cómplice de
Obama, Berlusconi, Zapatero y Cameron –que no querían perder su parte del
botín– entre la incomprensible inhibición de Rusia y de China, que perdían una
posición estratégica en el mediterráneo.
Es curioso ver con qué facilidad la extrema izquierda
etiqueta de «agente del imperialismo» a cualquiera que se le antoje, según el
capricho ideológico de cada uno. Para algunos, Fidel Castro sería un agente del
Partido Demócrata estadounidense por algunas declaraciones positivas que hizo
sobre Kennedy, Carter o sobre Obama al principio de su mandato, o un agente del
“imperialismo chino” por el comercio que tiene Cuba con este país. Para otros,
Lenin y los bolcheviques eran agentes del imperialismo alemán ya que fueron los
alemanes quienes pusieron un tren a disposición de Lenin para que éste entrara
secretamente en Rusia con la esperanza de que los bolcheviques crearan
dificultades al gobierno ruso. Más adelante, Lenin y Trotsky de nuevo fueron
acusados de agentes del imperialismo alemán por negociar separadamente la paz
con Alemania en 1918 cediéndoles una tercera parte del territorio ruso como
indemnizaciones de guerra. Volvieron los bolcheviques y Lenin a ser agentes del
imperialismo alemán cuando negociaron secretamente el Tratado de Rapallo en
1922 que, entre otros acuerdos, estipulaba la posibilidad de que el ejército
alemán se entrenara secretamente en territorio soviético.
La lista de «traiciones» para la izquierda otanista sería
interminable, tanto como el interés que exista en impedir los movimientos de
solidaridad con pueblos concretos, pero eso no responde las preguntas
necesarias: ¿era Gadafi un agente del imperialismo? ¿Acaso el imperialismo
derrocó a Franco, Salazar, Sukarno, Pol Pot, Pinochet, el Sha de Persia, las
dictaduras argentinas, las monarquías despóticas y sanguinarias de Qatar, Bahrein,
Arabia Saudí, los tiranos Batista, Somoza y tantos otros semejantes? ¿Por qué
en Libia y en Siria se produce la injerencia occidental, y no en las monarquías
árabes o en Yemen donde ha habido fuertes insurrecciones populares con decenas
o cientos de muertos? ¿Tiene la izquierda otanista alguna respuesta creíble?
Conclusión
La invasión otanista de Libia forma parte de la larga
cadena de agresiones y genocidios que el imperialismo viene perpetrando a
diestro y siniestro desde que la Unión Soviética –cuya sola existencia hacía
imposible que se cometieran estas monstruosas barbaridades– comenzó su declive
y dejó de existir. Así, la primera guerra del golfo contra Irak, las guerras de
Yugoslavia, la invasión de Afganistán, el genocidio del Congo, la segunda
guerra contra Irak, la colonización francesa de Costa de Marfil y finalmente la
guerra contra Libia –sin contar un buen número de conflictos menores, como los
sucesos del Tíbet o la intervención silenciosa en muchos países de África–,
muestran la senda por la que ha decidido avanzar el imperialismo moderno.
Algunos han denominado a esta política la “guerra infinita” y otros la
“balcanización” del planeta. Son conceptos que definen muy bien las formas que
adopta el imperialismo moderno para conquistar un país. Pero su esencia real es
que se trata pura y simplemente de una política de conquista colonial.
Mientras Libia se convierte en un inmenso cementerio
colectivo y sus pueblos y ciudades son reducidos a escombros, la izquierda
occidentalista se muestra impasible ante las matanzas de la OTAN o incluso apoya
los designios del imperialismo para Libia y el resto del continente africano
con sus irracionales y fantásticas argumentaciones pseudo-izquierdistas. Los
regímenes que el imperialismo instaura en los países que conquista generan un
grave deterioro de las condiciones de vida, privatizaciones salvajes,
empobrecimiento masivo, retroceso brutal de los derechos sociales y de la
igualdad de género, odios interétnicos y, además, convierten el país en
protectorados del atlantismo dirigidos por las embajadas occidentales que
instalan bases militares de la OTAN. Pero eso, para la izquierda
occidentalista, no tiene ninguna importancia.
Por fortuna, frente a las repulsivas manifestaciones de
fervor neocolonial de la izquierda otanista, comienza a emerger la izquierda
internacionalista y solidaria en occidente, sumándose a los posicionamientos
inequívocamente anticolonialistas de los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia,
Nicaragua y Ecuador así como el de Zimbabwe, Sudáfrica y la Unión Africana –por
ahora–, además de un gran número de intelectuales africanos anticolonialistas.
Esta tendencia se refuerza por las voces valientes de intelectuales y
organizaciones políticas de la izquierda occidental que se oponen a la barbarie
otanista. Esta izquierda defiende que el futuro de Libia debe decidirlo el
pueblo libio sin que intervenga la injerencia imperialista. No sólo eso:
también ha tomado conciencia de que Libia, como preámbulo probable de Siria, de
toda África y de Oriente Medio, está siendo invadida por el neocolonialismo otanista
y que Gadafi –independientemente de la opinión que merezca o de sus aciertos y
errores pasados– ahora mismo está liderando la lucha patriótica de liberación
nacional y por ello merece la solidaridad internacionalista.
Si la defensa que hizo la Segunda Internacional
socialdemócrata de la participación en la I Guerra Mundial y su pasividad o
justificación de la esclavización de los pueblos colonizados provocó la ruptura
de Lenin y los internacionalistas, hoy la actitud ante el neocolonialismo y la
opresión de los pueblos oprimidos debería mostrar la diferente naturaleza de
los partidarios del otanismo y los partidarios del internacionalismo, de la
pseudo-izquierda occidentalista y neocolonialista, y de la izquierda
comprometida y solidaria. Para ello, la izquierda internacionalista debería
rechazar entrar en oscuras transacciones con la izquierda otanista basándose en
estrechos cálculos electoralistas, y en un pragmatismo que daña la solidaridad
con los pueblos oprimidos a cambio de mezquinas perspectivas de vida en las
entrañas institucionalistas del propio país.
La izquierda crítica y valiente, que no tiene miedo a
desafiar las mentiras imperialistas y lo políticamente correcto, puede ser la
base de la reconstrucción del internacionalismo, el anticolonialismo y la
solidaridad. Estos son los elementos sin los cuales es imposible que la
izquierda occidental resucite como alternativa creíble ante unos trabajadores
occidentales influenciados por décadas de un nacionalismo imperialista y un
eurocentrismo brutalmente alienante contra los pueblos oprimidos, hechos
históricos que permiten entender el apoyo que encuentran las formaciones de
extrema derecha y racistas entre amplios sectores obreros y populares de
occidente: el colonialismo en el exterior con su nacionalismo imperialista retroalimenta
las tendencias racistas, reaccionarias y fascistas en el interior, y provoca la
división de la clase obrera. La izquierda internacionalista, si quiere
convertirse en alternativa para los trabajadores occidentales, deberá en primer
lugar romper este círculo vicioso.