Así fue como el individuo sin sociedad anuló la política

El Estado nacional, habiendose vuelto democrático, se revela peligrosamente democrático, peligrosamente expuesto a las presiones provenientes de abajo: la máxima "un hombre, un voto" tiene una gramática igualitaria dificilmente compatíble con los imperativos de la rentabilidad y del lucro.
Todo comenzó cuando las conquistas de los años 1960 (derechos laborales, consumo masivo y expansión del estado social) quebraron el compromiso entre capitalismo y democracia nacido en Occidente después de la Segunda Guerra Mundial. El Estado nacional, habiendose vuelto democrático, se revela peligrosamente democrático, peligrosamente expuesto a las presiones provenientes de abajo: la máxima "un hombre, un voto" tiene una gramática igualitaria dificilmente compatíble con los imperativos de la rentabilidad y del lucro. La contraofensiva capitalista que se inicia en los años 70 sigue, por lo tanto, una estrategia nueva: No busca el choque frontal, pero vacía la política, redimensiona drásticamente a su esfera.

Los flujos del capital financiero se sustraen cada vez más del control de los Estados nacionales y, libres de cualquier vínculo, multiplican desmedidamente su propia fuerza. La política, al contrario, permanece anclada en la vieja casa del Estado nacional, obligada a enfrentar, con presupuestos cada vez más reducidos y contestados, las presiones que vienen de los ciudadanos. En el nuevo cuadro de la economía globalizada, su tarea principal no es la de dirigir, sino la de garantizar un cierto grado de cohesión social; ella no puede más cultivar proyectos ambiciosos, sino solo remendar y cubrir.Es que la política y sus intérpretes comienzan a perder autoridad y calidad: Su "desenvoltura" ética, que las ideologias habían permitido rescatar y transformar, no pueden esconderse más debajo de la falda de una gran justificación. Y esa política degradada e improductiva parece ser, cada vez más, apenas un instrumento a través del cual una "casta" defiende su propia autorreproducción. Es una especie de crimen perfecto: La decadencia de la política, que nace sobre todo del hecho de que el gran capital la abandonó a su suerte, es tranquilamente imputada al insaciable apetito de sus protagonistas, mientras el verdadero poder goza de la máxima liberdad de movimiento y de todos los privilegios.
Pero sería un acto profundamente equivocado limitarse a observar sólamente lo que sucede en las altas capas de la sociedade, el conflicto entre las elites. Si la contraofensiva liberal se hubiese quedado en las instancias del nuevo poder no habría conseguido afirmarse, como sucedió después, y se habría encontrado frente a una inmensa masa de enemigos. En cambio, esta desbarató al adversario porque se mostró capaz de producir una fuerte y capilar hegemonía. La gran narrativa que ella propone sabe hablarle también al pueblo, porque colocó en el centro del imaginario el tema de la afirmación individual, del éxito: para realizar nuestros sueños, no precisamos de los otros, sino sólo de una gran confianza en nosotros mismos. El vínculo con los otros puede solo bloquearnos, mientras que si somos completamente indivíduos, un mundo entero está a disposición.No es casual que precisamente en los años 70, ese mito conquistó el centro de la escena: Rocky Balboa y Tony Manero son los protagonistas de dos películas famosas, dos fábulas populares sobre el tema del éxito y de la redención individual. Stallone y Travolta (testigos perfectos al ser hijos de inmigrantes) se vuelven estrellas porque sus filmes hablan de héroes que provienen de las clases bajas de la sociedad. Y, aunque sea verdad que solo "uno de cada mil lo consigue", son miles los que sueñan con lograrlo, especialmente cuando las otras vías no parecen viables.Es esa irrupción del indivíduo que completa desde abajo aquel redimensionamento de la política a la cual el gran capital había iniciado desde arriba. "La sociedad no existe, existen solo los indivíduos", decía Thatcher, y la única mediación posible entre los indivíduos solos frente al propio destino es la del mercado. La primacía del mercado une los capitales sin fronteras y los sueños de los indivíduos.
Y una sociedad así, que no ve más contradicciones sociales, sino solo éxitos o derrotas individuales, no parece necesitar más de la política.
Del Quarto Estado de Pellizza da Volpedo (imagen 1) pasamos a las soledades de Hopper (imagen 2). Los proyectos y el corazón de los hombres se transmigraron para fuera de la política. A esta última le cabe solo la tarea de garantizar la liberdad de movimiento de los indivíduos y de las mercaderias, y un grado mínimo de orden público. La sociedad civil no es más el lugar de formación de las demandas colectivas, sino la trama de los intereses privados, no es la ágora, pero si el mercado.
Pero después de tres décadas de hegemonia sin respuesta, ese tratamiento fundamentado en la liberdad de los capitales y del indivíduo, comienza a dar señales de desgaste. Nuestra sociedad es atravesada por dilaceraciones y por desigualdades crecientes producidas en gran parte por los juegos imprudentes del capital financiero. Pero la hegemonía liberal comienza a desgastarse también en las capas bajas, porque la carta del individualismo no consigue soportar más el peso que le fue descargado encima, no consigue más subir al plano inclinado de las desigualdades crecientes. Ciertamente, ésta todavía consigue mantener a los hombres lejos unos de los otros, impedir que reconozcan lo que estos tienen en común, pero remunera cada vez menos.
Tampoco será la ideologia débil y ambígua de la meritocracia la que reparará el edifício. Ciertamente, ella puede aceitar los canales de la movilidad social, pero se trata de muy poco, ya que tanto rigor conmovido sólo sirve para cooptar los mejores en las áreas más fuertes, mientras deja caer con la otra mano todo el resto, las Grecias del mundo. Pero son justamente las Grecias que desenmascaron el juego, que se juega sólo hasta cuando testan los más fuertes. Si tuviéramos la fuerza de no dejarlas solas, podrían transformarse en el inicio de otra historia.Por su lado, el indivíduo, obligado a vivir en una constante precariedad e incertidumbre, comenzó a sospechar que no es más aquel quien lo consigue, pero si uno de los 999. También por eso, de vez en cuando, una política difundida parece reaparecer en la sociedad: por manchas, por ondas que, aunque dispersándose, muestran que las rajaduras del edifício en que vivimos están aumentando, aunque la orquesta tenga la orden de continuar tocando.
No obstante, esas tensiones fluyen nuevamente muy frecuentemente sobre sí mismas, no consiguen despegar y expandirse, no consiguen construir un cuadro teórico y práctico estable para la política, un nuevo paradigma de referencia. Y aqui volvemos a lo que se dijo en al comienzo: Mientras la política se confronte con las tensiones sociales permaneciendo exenta de todo peso sobre las grandes decisiones, no conseguirá producir soluciones y acabará uniéndose a la espiral de descrédito.Si quisiera empezar nuevamente, la política democrática debe hacer que todos entiendan cual es el punto crucial: ella debe volver a tener poder, construir mecanismos de control sobre los movimientos del capital financiero, poner fin a la inacción de este último en relación a los sufrimientos de aquel planeta sobre el cual se cierne como un ave predadora. Esta debe cambiar su relación de fuerza con la economía, reconstruir una relación equilibrada entre capitalismo y democracia, entre consumidores y ciudadanos, entre liberdad e igualdad, entre el presente y el futuro.Se trata de un paso nada simple: un paradigma en declive, como se sabe, continúa teniendo influencia y siendo popular, mientras aquel que está en gestación es visible solo a pocos, que es fácil de confundir con visionarios. Pero la dirección de marcha está trazada porque la irresponsabilidad del capital financiero se volvió indecente, y la timidez con la que esta es enfrentada por los gobiernos del mundo es cada vez menos aceptable.
Lo que parece innegable es que confiar en la política sin colocar la cuestión de su reunificación con el poder estiempo perdido. Quien duda y tiene miedo recuerdas a esa poesia de Brecht en que los habitantes de una casa en llamas, en vez de salir, se demoran preguntando a Buda que tiempo está haciendo fuera, si está lloviendo o hay viento. Para ellos, responde Buda, no tenemos nada para decir.
(*) Franco Cassano. Sociólogo italiano, professor da Universidade de Bari.
(**) Traducción de Diana Cordero